Es lunes 4 de mayo de 2015. Llego
a la Universidad con dos morrales; cargo en ellos mi oficina. He separado allí
el material que necesito para avanzar en mis trabajos y compromisos académicos.
Son mi oficina ambulante.
Busco el edificio en el que se
ubica mi oficina. No sé si hoy podré ingresar.
Efectivamente: está bloqueado el ingreso. Un
arrume de pupitres en las tres puertas de entrada; curiosamente no hay ningún
trabajador controlando el ‘bloqueo’ (¿quién lo hace?).
Me dirijo a la sala de
profesores. Son las siete de la mañana. No está tan ocupada, como sucede
normalmente en los días del semestre académico. Tomo café con tres colegas.
Salgo de la sala. Busco el salón
en el que me corresponde asistir como director del trabajo a la sustentación de
la tesis de maestría de una estudiante. El edificio está bloqueado. Un profesor,
jurado externo a la Universidad, espera con paciencia. Iniciamos una búsqueda
urgente de un nuevo salón en un edificio ‘no bloqueado’.
Ya son las once de la mañana y vuelvo
al edificio donde se ubica mi oficina. El celador controla mi ingreso. Me
permiten trabajar durante dos horas.
Salgo a almorzar. Por precaución
llevo mis maletas. Las guardo en mi carro ubicado en el parqueadero.
A las dos de la tarde, de nuevo
en la sala de profesores, escucho comentarios sobre la cancelación de una
conferencia de un profesor invitado internacional; otro edificio bloqueado y
ningún estudiante presente.
Los baños mal aseados y con mal
olor.
Trabajo de tres a cinco de la
tarde en mi oficina. Hoy estoy agradecido. Quizá mañana ni siquiera pueda
ingresar al edificio.
Respondo correos de los
estudiantes que preguntan cuándo se normalizará el funcionamiento de la Universidad.
En el entretanto, la dirección de
la Facultad y de la Universidad juegan su papel de resistencia (creo que es realmente de intrascendencia) . Pareciera que esta
Universidad no les incumbe en sus funciones: el mismo papel que ha jugado
nuestro rector, por cuarta vez consecutivita: esperar. “Lo que funciona no se
cambia”. Su estrategia ha sido exitosa ya en las tres ocasiones anteriores:
¿por qué cambiarla ahora?
Otro café en la sala de
profesores. Discutimos si ante este vacío directivo deberíamos tomar la
vocería.
Es una alternativa.
Pero sobraría entonces la administración, que hasta
hoy, no se manifiesta. La inacción se ha convertido en la decisión sistemática
de Ignacio (desde el 2012).
La Ministra de Educación no
responde. Sus problemas momentáneos son más importantes que la situación actual de la
Universidad Nacional de Colombia.
Recojo mis maletas.
No sé si mañana pueda ingresar a
mi oficina.
Me siento a la deriva.
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